Tras décadas de estabilidad económica, Bolivia experimenta desde hace varios meses dificultades que, a decir de los analistas, son las consecuencias de la aplicación de políticas erradas y desaciertos ideológicos que han dado al traste con años de prosperidad, haciendo resurgir los fantasmas de la crisis que azotó al país en la década de los 80.
El motor de la crisis es una suma de factores como la caída de las reservas internacionales, déficit fiscal, reducción de las exportaciones, baja de la calificación del riesgo país (que se ubicó a mediados de abril en 1.907 puntos, según el indicador de JP Morgan Chace, tres veces más que a principios de año), desequilibrios en la balanza comercial y una acelerada arremetida gubernamental para hacerse con las reservas de oro.
"Se advirtió hace mucho tiempo que esto pasaría, pero no se tomaron las medidas necesarias y estamos viendo las consecuencias”, dice el analista económico y profesor universitario Guido Capra, quien cree que buena parte de la responsabilidad de la situación obedece a la "hipertrofia del Estado, por un exceso del gasto público y un déficit fiscal muy grande”.
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Se veía venir
Las alarmas comenzaron a sonar a finales del año pasado, desde entonces los bolivianos observaban una merma en la circulación del dólar estadounidense, moneda de curso normal y que realmente mueve los hilos de la economía, lo que ha llevado a que la paridad cambiaria se dispare por primera vez en más de una década, fijada en 2011 en 6,96 bolivianos, que es la moneda legal del país.
El incremento de la tasa de cambio trae consigo largas filas de personas a las puertas de los bancos para hacerse con un dólar cada día más escaso y caro.
“El Estado boliviano ha venido consumiendo las reservas internacionales que, en algún momento, llegaron a estar en más de 15.500 millones de dólares (año 2014) y hoy están casi en cero. Esta situación ha generado insuficiencia para para cubrir la deuda soberana denominada en dólares y las importaciones ordinarias”, dice Hans Voss Ferrero, socio de la oficina boliviana de la firma internacional de origen español Ontier.
Algunos economistas —Capra entre ellos—, estiman que las reservas líquidas en divisas se ubican hoy alrededor de los 600 millones de dólares, es decir, 4 % del nivel neto alcanzado una década atrás.
Cabe acotar que desde febrero pasado, el Banco Central de Bolivia no ofrece información sobre el monto de las reservas internacionales netas, que para ese mes se ubicaban en 3.538 millones de dólares; es decir, 9 % del PIB.
Como consecuencia, el equilibrio que reinó en la balanza comercial está en riego y, luego de tres años de superávit, las importaciones podrían volver a superar las exportaciones, posiblemente, en niveles superiores que los vistos en 2015, cuando pasaron a saldo rojo.
Cabe recordar que, en diciembre de 2022, las exportaciones bolivianas alcanzaron la cifra histórica de 13.653 millones de dólares, número mayor en 2.573 millones de dólares al registrado en el mismo período de 2021 (un incremento de 23 %). No obstante, las importaciones también vienen aumentando y sumaron al cierre del año 13.049 millones, un alza superior a 35 %.
“Esta situación se explica por el mejor desempeño de la economía traducido en un incremento de las importaciones de suministros industriales, equipos de transporte y bienes de capital en general”, señala un comunicado del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Según analistas, las importaciones de hidrocarburos han ido aumentando de forma constante e importante y han dejado de llegar recursos de la inversión extranjera directa, al recordar, además, que en época de bonanza el gobierno incurrió en la estrategia —no muy bien vista— de emitir deuda, lo que ha complicado más el panorama.
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Exportaciones a la baja
País prácticamente monoexportador, la mayor fuente de ingresos de Bolivia ha sido, desde hace décadas, el gas natural, nacionalizado por el expresidente Evo Morales en 2006, un recurso que vende a sus vecinos Argentina y Brasil.
Pero la producción de gas ha caído y no en poca medida. De acuerdo con datos oficiales, de los más de 22 millones de metros cúbicos diarios que producía el país en 2015, las extracciones bajaron a 15,4 millones de metros cúbicos al día, descenso que los analistas indican que obedece a una drástica desinversión en una industria que demanda constante inyección de fondos para mantener y mejorar sus operaciones, así como la exploración de nuevos yacimientos.
Al revisar las cifras del INE se encuentra que, en 2022, el país importó hidrocarburos (diésel y gasolina) por el equivalente a 4.066 millones de dólares, de los que, por los despachos de gas y los marginales envíos de otros combustibles, entraron a las arcas nacionales 3.088 millones de dólares: 1.560 millones de dólares por exportaciones a Brasil y 1.692 millones de dólares a Argentina.
Para agudizar la situación, el año pasado la balanza energética dio un giro y ahora el país importa más hidrocarburos de los que vende, al punto de tener un déficit en este sector de 1.100 millones de dólares, de acuerdo con la consultora Gas Energy Latin America.
Esto tiene explicación cuando se toma en cuenta que todo el combustible que se vende en Bolivia es subsidiado: comprado a precios internacionales y, aunque ha subido desde 2022 a raíz de la invasión rusa a Ucrania, los bolivianos siguen pagando por la gasolina y el diésel la mitad de lo que cuesta al Estado, una medida que el presidente Luis Arce (artífice del milagro económico durante el gobierno de Morales) se niega a revertir.
“Estas subvenciones representan una fuga de dólares que nos ha llevado a esta situación y que, ante la seguridad de que no se modificarán, me hace pensar que la situación solo empeorará”, comenta Voss.
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… Y las inversiones también
Tras la nacionalización de la industria del gas, en 2006, Bolivia vivió más de una década de sólido crecimiento impulsado por los precios en alza de los commodities minerales, de los que el país es productor de varios, lo que permitió construir un buen colchón de recursos. Pero en 2104 estos precios comenzaron a desplomarse y, aunque el país contaba con fondos para sortear los tiempos de vacas flacas, el período se extendió con la pandemia y la guerra en Ucrania.
Al mismo ritmo que el precio de los commodities, las inversiones extranjeras fueron cayendo. Estas comenzaron a declinar en 2013 hasta alcanzar su nivel más bajo en 2020, cuando se registró una salida de capital neta que el Banco Mundial estima en 3.100 millones de dólares.
Pese a que el año pasado se registró una recuperación, los recientes hechos no parecen ayudar mucho a recobrar la confianza de los inversionistas internacionales, al punto de que las calificadoras de riesgo han rebajado la calificación del país por los temores que despiertan la baja de las reservas internacionales y las poco consistentes estrategias del gobierno para superar la incertidumbre.
El Banco Mundial también rebajó su previsión de crecimiento y estima que Bolivia crecerá 2,7 % este año, mientras que para el Fondo Monetario Internacional la tasa se ubicará en 1,8 %.
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El dólar se esfumó
Si bien se desconoce cuál es el saldo de las reservas internacionales —hace tres meses que el Banco Central de Bolivia no emite informe sobre la balanza de pagos—, se da por descontada su drástica caída como medida para contener la inflación; hasta el año pasado, la más baja de la región (3,12 % en 2022).
“Bolivia es, principalmente, monoproductor de gas y la producción ha decaído considerablemente por falta de inversión para la exploración y políticas nacionales en esta materia. Al no haber exportaciones que suplan el volumen de venta que existía con el gas en años anteriores, vemos un déficit de moneda extranjera y es, cabalmente, lo que estamos viviendo ahora”, dice Voss Ferrero.
La situación extrema de falta de divisas ha llevado al BCB a comprar divisas a los importadores a precios por encima de la tasa oficial de 6,96 bolivianos por dólar, encontrándose que algunas compras se hacen en 7,5 u 8 bolivianos, ha dicho Guido Capra.
Al igual que muchos otros analistas, el experto en derecho comercial considera que el mayor riesgo inmediato es un “efecto dominó con el tipo de cambio”, con las consecuencias que una devaluación podría traer para una economía en precarias condiciones en un país monoproductor y con inmensos desequilibrios sociales.
Y, aunque flexibilizar la tasa de cambio es una de las medidas más rápidas y menos traumáticas para amortiguar el seguro golpe que acusarán los bolivianos, el presidente Arce se niega a ello por las consecuencias políticas que traerá para su gobierno de izquierda.
“No hay intentos visibles de hacer cambios de fondo en política monetaria y fiscal, lo que genera incertidumbre y pánico en el mercado cambiario”, acota Hans Voss.
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¿Es el oro la tabla de salvación?
Ante la falta de recursos, el gobierno de Luis Arce ha buscado todo tipo de alternativas para mejorar su flujo de caja y apuntalar las reservas internacionales netas, entre ellas una medida considerada por los analistas como desesperada y que ha sido atendida por la Asamblea Nacional, que aprobó la polémica Ley del Oro. Esta norma le permite al Ejecutivo disponer de las reservas metálicas depositadas en el Banco Central y comprar directamente el precioso mineral a los productores locales para su venta en los mercados internacionales; todo ello sin la constitucional autorización del Parlamento.
La medida, que ha sido criticada incluso por cercanos al gobierno, permitirá al Ejecutivo un poco de aire fresco, pues se estima que las 21 toneladas de oro depositadas en el BCB generarán unos 1.200 millones de dólares, que serán usados para pagar los vencimientos inmediatos de deuda y apuntalar el tipo de cambio para contener la subida de precios.
“Si bien es cierto que existen reservas en oro, estas no son divisas de libre disponibilidad”, recuerda el socio de Ontier, quien advierte de este modo lo que es voz común entre los economistas: que la venta del oro solo sirve para paliar la situación, pero no resuelve el problema de fondo.
El Ejecutivo estima que las primeras ventas de oro adquirido directamente a los productores permitirán generar entre 500 y 600 millones de dólares, monto que poco hará para apuntalar las menguadas reservas bolivianas.
“Monetizar el oro es inviable. La verdad es que lo que se quiere es financiar el gasto corriente”, argumentó Guido Capra.
En medio de la incertidumbre generalizada, la mejor recomendación de los expertos es mantener la calma y aprender de las medidas que se van tomando sobre la marcha, a fin de que experiencias actuales puedan servir como referencias para el futuro.
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